lunes, 2 de agosto de 2021

Cuando éramos tres

              



CUANDO ÉRAMOS TRES

    Esa tarde de verano no se escuchaban las hojas crujir a mi paso, ni se veían los árboles con sus hojas amarillas, ni siquiera conocía aún el olor a flores marchitas que tiene el mes de mayo. 

    Esa tarde de verano las sonrisas aún eran gratis y los helados mucho más dulces de lo que son ahora.  Solíamos ir  a una heladería en la que hacían copas heladas, siempre pedíamos una que parecía un barco.  Tenía una banana en el medio y helado a los costados y algunas banderitas que siempre me llevaba para jugar.  Luego, llegábamos a la “casita” así la llamábamos,  y jugábamos a algún juego de mesa a la luz de una vela.

       Esa tarde papá nos sacó una foto.  Tomadas de la mano miramos el lente para siempre. El cielo estaba sereno, algún pájaro cantaba y el mar seguía yendo y viniendo como cada verano.  El mar siguió así, la gente también.  Aunque para nosotros  no volvió el verano.  Recuerdo su mano fría, su mirada perdida, sus uñas comidas y sus besos ruidosos.  Pero ya no recuerdo su voz.  Hago fuerza pero se desvaneció en el tiempo.  

     Esa tarde no sabíamos lo que se traía entre manos el maldito mes de mayo.   Y aunque aún era verano los meses pasarían rápido y desapercibidos.  Es que recién después del desastre uno vuelve la mirada y se da cuenta del último beso, de la última mirada, de nuestra última foto.

    Las tardes de mayo fueron las más largas de mi infancia, ni hablar de las mañanas, que eran tan frías con su ausencia y las noches... bueno, las noches son la esperanza eterna de volverla a ver y a oírla aunque sea en un sueño.

     Las tardes de mayo tienen ese sabor amargo que deja el vacío cuando el mundo se detiene.  Mirando un punto fijo sin tiempo.   Ya no soy yo, pensé, sentí. Cerré los ojos y una lágrima cayó en el silencio sobre una agenda en la que todos los días escribía lo que hacía.

-¿Qué escribo hoy, papá?- Él, mi héroe eterno, me miró.

-Poné que mamá se fue y que ahora nos cuida desde el cielo.- dijo, calculo  que con un nudo en la garganta, y por fin la realidad se terminó de estrellar contra mi alma. 

 

    Ahora que éramos dos, las tardes de mayo hacíamos más silencio que de costumbre. En las tardes tan largas tratábamos de perdernos juntos. Papá cocinaba y yo secaba los platos.   

Lavábamos ropa una vez por semana y no sé por qué, pero todos los domingos le llevábamosflores, tres crisantemos y seis claveles, esas flores que nunca se marchitaban, excepto en el 

maldito mes de mayo.



martes, 16 de febrero de 2021

Amor pandémico #PandemiaDeAmor


Amor desgarrado

entre las pantallas.

Amor de distancias

sin besos ni abrazos.


Amor, ¿Dónde están tus labios prohibidos?

¡Rompamos las reglas, 

las cámaras y barbijos!

Seamos nuestro oxígeno, 

qué sin sentirte 

me enredo y me caigo, 

entre estas paredes.


Amor que el mundo separó sin piedad:

sí sabemos de extrañarnos, de perdernos y encontrarnos,

sí me miro en vos y

te ves en mí,

¡dejemos los protocolos

y seamos burbujas!

¡Bañémonos en alcohol

 y por fin seamos uno!


lunes, 25 de enero de 2021

Un instante de eternidad #MiMejorMaestro

 


    Mi escuela secundaria tenía escaleras muy altas y largas, como si pretendiera dejar afuera a los que no supieran escalarlas.   A pesar de haberme sentido una estúpida toda la adolescencia, había logrado llegar a 5to año.  Mi materia preferida era Lengua y literatura.  Cuando él aparecía los lunes a las 8 a.m. la vida cobraba sentido y ya no importaba si era una estúpida o no, ni lo que pensaban mis compañeros, ni nada.  Mi profe, Julián, mi amor desde primer año, entraba por esa puerta para detener mi mundo.

    ¿Cómo pude nacer tan tarde? ¿Cómo el destino podía ser tan cruel? Él tenía 34 y yo 17.    Era un poco petiso, con anteojos grandes y anticuados, una pelada incipiente y una pancita discreta que sin querer empujaba algún botón de su camisa siempre arremangada.  Solía  mirarlo perdida entre sus palabras y sus cuentos.  Cuando lo escuchaba leer era la música del viento en una tarde de verano mientras yo dibujaba corazones y nuestras iniciales en la carpeta.  Mi amor por la lectura y la escritura nacieron con él.  Empecé a leer como endemoniada para recuperar nuestro tiempo perdido.  Comencé a escribir cuentos para poder ir con alguna excusa a hablar con él.  Siempre se reía, jaja, yo me quedaba sin palabras y volvía a mi asiento a copiar o leer o escribir.  A veces, me miraba desde su escritorio, jaja, y nada era todo para mí.   Entonces sucedía la magia  y entre nuestras miradas se formaba un túnel que nos unía en un camino eterno de verbos y adjetivos como: " Te amo, lindo. ¿Me amas?", y para mí él escuchaba mis susurros invisibles.  Mi amor crecía sin cadenas, pero ya el dolor de lo imposible comenzaba a ser una tortura.


    Necesitaba hacer algo, ponerle un fin o un comienzo a esta historia.  Entonces me animé y cuando entrábamos al aula le dejé un papel doblado en el escritorio, decía:  Profe: Te invito este viernes a un café literario en el bar El molino.  Cuando llegué hasta mi banco y desde allí vi el papel me arrepentí.  Me sentí estúpida otra vez, quise volver a sacarlo, pero ya era tarde.  Entró, dijo Buenos días y lo primero que vio fue el papel. Cuando levantó la vista luego de leerlo sentí que mi panza me atravesaba las entrañas y salía por la espalda.  Si decía algo todos iban a saber que había sido yo.  Todos sabían que me gustaba menos él.  Pero no dijo nada.  Leyó unas poesías de Oliverio Girondo y bailamos entre sus frases y quedó resonando en mí una que decía “nada ansío de nada mientras dure el instante de eternidad que es todo” y pensé que Oliverio podría llamarse nuestro hijo y que yo sólo quería eso, un instante de eternidad, hasta que  sonó el timbre, me sacó de mi nube de gases y todos salieron en una estampida al recreo.  Me quedé mirando mi carpeta como si leyera algo.  Quedamos solos.  Mi corazón latía tan fuerte que pensé que hasta él podría escucharlo.   Entonces dijo ejemm.  Y lo miré.  

ー¿Vos me dejaste este papel?

 ¿Cómo lo supo?, pensé,  se suponía que iba a ser una cita casi a ciegas.

ーEhh… si.

ーBueno, quería decirte que no sé si debería ir aunque es una buena idea, jaja.

¡¡¡Bien!!!, había una esperanza.  “Quizás, quizás, quizás” como dice la canción me fui cantando y comencé a tachar los días hasta que llegó nuestro viernes corazón.


    Cambié mil veces de ropa hasta que encontré algo que me hiciera sentir cómoda.  Salí para el café, iban a leer varios cuentos y poesías pero lo más importante para mi era el uno por ciento de probabilidades que tenía de que Julián viniera.  Llegué temprano, ni los que organizaban estaban todavía.  El lugar era un bar tradicional de escritores que quedaba en el centro.  Olía a café Colombiano, tenía luces tenues y de fondo sonaba jazz.  Comenzaron a leer entre tragos, aunque no todos de café, pero Julian no llegaba.  Yo estaba sola en una mesa con un jugo exprimido de naranja mirando el ventanal a cada minuto sin poder escuchar ni una palabra de lo que se leía..

Cuando ya las esperanzas se desvanecian apareció entre la gente como una luz mí Julián.  

ーHola, jaja. ¿Cómo estas? 

Sin palabras, mi cerebro estaba bloqueado hasta que pude apenas saludarlo.  Verlo fuera de la escuela lo hacía como más grande  y yo me sentía más chica.  La ronda de cuentos y poesías se fue acabando y quedamos en silencio. En un bar. En una ciudad.  Él y yo, como siempre lo había soñado.  Hablamos de libros, le conté todos los que había leído.  Después él pidió una cerveza y yo tomé unos tragos para hacerme la más grande.  Pero era la primera vez que tomaba y no tardó en subirse a la cabeza.  El alcohol logró  sacarme todas las corazas y pronto empezamos a reírnos.  La música estaba fuerte y nosotros cada vez más cerca para poder escucharnos hasta que la cercanía fue cruzando los límites espaciales de cada uno.  Nuestras bocas ya estaban demasiado cerca. Lo miré y miré su boca.  Él me miraba quieto, con una sonrisa pero sin traspasar sus límites. Y no me dijo nada, sólo me sonreía, y no me dio un beso ni yo me animé a acercarme más. Creo que él también hubiera querido besarme pero no lo hizo. Y quise con toda mi alma que fuera otro final pero él ya sabía todo y prefirió dejarme volar, eligió ser un hombre, eligió ser mi profesor.


jueves, 7 de enero de 2021

#unaNavidaddiferente


Recuerdo la última Navidad como mi primera Navidad diferente. Después vendrían muchas más. Todas las navidades siempre fueron mágicas para mí, pero ésta no. Acabábamos de perder a mamá. La magia había sido derrotada.
Mientras viajábamos por la autopista abrí la ventanilla, el viento rozaba mi cara con fuerza y los autos y el mundo parecían pasar en cámara lenta. En la radio pedían que nos cuidáramos, pero para mí eso ya no tenía sentido.
—¿Puedo cambiar, pá?
Entre el dolor agudo que nos invadía tratábamos de seguir adelante, yo por él y él por mí, como si nada hubiera pasado. Como todos los años salimos para la casa de Teresa, la prima segunda de papá. Como todos los años... sólo que faltaba alguien a nuestro lado. Ella siempre hacía vitel toné, el mejor, pero esta vez, papá compró un taper y un pollo al spiedo para llevar. Mientras miraba el cielo y las estrellas el viento secaba mis lagrimas silenciosas, no quería que papá se diera cuenta. Quería que estuviera contento. Pero él solo manejaba en silencio. Sonó el teléfono, era Teresa, que cambiaban de casa.
—Vayan a lo de papá, ¿Te acordás dónde queda?
Pero al llegar no había nadie, sólo el abuelo que nos dijo que se habían peleado toda la tarde entre los hermanos.
—Cambiaron de lugar otra vez, ¿no te llamó Teresa? Ahora lo van a pasar en lo de Esteban, vayan para allá. — dijo el abuelo. — A mí me cansaron, yo me quedo acá.
— ¿Dónde queda? Nunca fuimos a la casa de Esteban.
Era hermano del marido de Teresa y sólo lo veíamos en navidad. Éramos una familia desvinculada de la familia.
—Hacé dos cuadras, dos cuadras, sí. Doblá a la izquierda... O no, no... a la derecha, luego a la izquierda. Es una casa gris… de dos pisos…pero no estoy seguro.
Dimos vueltas por el barrio con el pollo, con el silencio, con la incertidumbre y las ausencias sin encontrar la casa en la que íbamos a pasar nuestra primera Navidad sin magia.
—¿Por qué no llamas a Teresa, pá?
—No, ya está. — dijo y se encaminó hacia la autopista y comenzamos a andar y andar. Papá no quitaba la vista de algún horizonte invisible. Yo miraba las estrellas, la luna llena, el cielo mientras el viento rozaba mi cara y, ya saben, me secaba las lágrimas. Manejó y manejó sin un rumbo exacto. Seguimos hasta que se acabó la autopista y llegamos al río. En la costanera había algunas personas. Algunos pescando, otros con sus mesas plegables y sus reposeras.
Nos acercamos al río, nos sentamos en una de esas mesas de cemento, abrimos el taper y comimos el pollo con la mano mirando las estrellas, el cielo y una luna llena de Navidad. Su luz dividía las aguas del río y formaba un camino blanco. En silencio los dos, decidimos perdernos en ese horizonte, entre el cielo, las estrellas, la noche y la magia.

domingo, 4 de octubre de 2020

 



No somos los únicos

 “En tiempos donde todos roban, todos matan, todos violan las mejores mentiras se hacen carne, se hacen ciertas.  Las mentiras nos gobiernan y el mal existe, aunque yo pretenda negarlo.  Es que soy una negadora potencial de todo lo negativo, por eso vuelo.”  Eso pensaba sentada en la cama, que hace de sofá,  mientras fumaba un pucho de los más baratos, con las piernas cruzadas sobre un cajón de verdulería, que se cree mesa ratona, mirando el más gordo de mis dedos que se asomaba por el agujero de la media.  Hace cuatro años me compré esta media, y todavía la tengo.  Todavía la uso y hasta que no se desintegre seguirá caminando a la par mío, porque todo en mi vida permanece hasta lograr su final absoluto.  Al final, mi ropa no sirve ni para trapo.  Pero como dicen algunos: es una pobreza digna. 

Como carbohidratos todos los días, alternando entre arroz, fideos, papa y otra vez arroz, fideos, papa, capaz que agrego un zapallo, un huevo… Ahora me decidí por la huerta,  chau capitalismo.  Pero tardan en crecer y la espera desespera.  Y el hambre ni te cuento.  Ya me siento una oriental con tanto arroz.  A mí no me parece digno.

Es  sábado a la noche, todos duermen, prendí una vela para ahorrar luz, me abrigué para ahorrar gas y como soy una ciudadana digna, me hice un té con el saquito de ayer.  Me quemé el paladar, nunca puedo esperar y mientras me calentaba las manos con la taza observaba mis libros con el resplandor de la vela y pienso… ¿Cuánto tiempo se puede resistir siendo un pobre digno? ¿Cuánto tiempo resistirías? Invitaría a uno de esos que hablan de nosotros a que vean cómo se siente de este lado.  Pero hay cosas que no cambian, la empatía es cosa de pocos.

 Soy una trabajadora digna, una pobre sin remedio, vivo en una pieza, acá tengo un par de libros, la cama y todo este quilombo que me rodea.   Me levanto a las cinco de la mañana,  viajo como se puede y gano el pan como se dice.  Pero no me alcanza para nada, a la semana de cobrar ya no queda más que un largo mes por delante y por lo menos 4 kilos de arroz y 5 paquetes de fideos por comer…¿Sabes cómo se siente esta dignidad, no?  ¿Sabes a que huele? Huele a bronca, a deseos inalcanzables, a miedo, a desigualdad… Sin darme cuenta me quedo dormida, con una cena ausente en la taza, una vela que se apaga sola y un dedo gordo muerto de frío.

No puedo seguir negando la realidad, ¿qué hago con este vacío? No hay nada.  Tenía tanta hambre que ya no podía pensar, había que salir… volar.  De a poco, casi como un murmullo, comencé a sentir unos ruidos del recuerdo, como unas cacerolas desafinadas.  Por el ventiluz de mi habitación se veía el reflejo de unas llamas y un poco de olor a goma quemada se coló también por ahí.  Me levanté sobresaltada, me puse en puntas de pie y traté de ver algo pero el ángulo era imposible.  Debo confesar que me emocioné un poco.  Parecía que pasaba algo. 

Salí a la calle, hacía mucho frío, la gente se reunía alrededor de las fogatas mientras tocaban poseídos las cacerolas.  Pero no con bronca, sino como tribus bailándole a las pocas estrellas que se veían.   En cada esquina alrededor de las llamas parecía que podíamos transformarnos.  Dejar la historia atrás, olvidar las raíces, y volver a nacer como una nueva tribu.  Ser nuevos.   Entonces, festejábamos la unión, porque así los más débiles podíamos soñar y la utopía se hacía carne en nosotros. 

De a poco empezamos a caminar, fue una caminata al ritmo de los latidos de unas cuantas cacerolas, otros llevaban el fuego, charlábamos, nos escuchábamos.  Y yo ya no me sentía tan sola, ni con tanta bronca.  En ese instante parecía posible que se terminaran las injusticias y las desigualdades.  De pronto, John Lennon se paró a mi lado. ¿Qué?  Me miró y dijo: Imagine, we’re not the only ones.  Y yo que nunca entendí el inglés, en ese momento, entendí todo.

Como una daga, entró por mi ventiluz una corriente de aire helado que rozó mi dedo libre sin querer y di un salto en la cama, no lo podía creer.  ¿Por qué me desperté? Había caído en el viejo truco de “ni lo sueñes, todo esto fue un sueño”.   Y todo en este mundo seguía igual, aunque ahora, yo tenía un mensaje, un mandato.   

 



Como estatua

   Estábamos  justo en ese momento del día en que el sol comienza caer en picada y en cuestión de unos pocos minutos se va.  Esa hora me adormecía y me cegaba.  La llaman la hora triste, la hora en que pensamos en la muerte, en la que nos despedimos, en la que se pierden las personas.  En ese tiempo que parece más lento, más triste.   No sólo nos encontrábamos en ese instante eterno, también era domingo y eso lo hacía más trágico y pesado.  La plaza estaba vacía.  Yo caminaba al ritmo del deporte, había decidido comenzar a hacer algo por mí cuerpo. El lugar se encontraba solitario.  En sus casas ya estarían las madres planchando las camisas y los guardapolvos, cocinando, mientras otros con un poco más de suerte mirando el partido,  aunque ¿por qué debería considerarlo suerte? También podríamos llamarlo anestesia, distracción, escape, y eso no tiene nada que ver con la suerte.

 

         Mis pasos se escuchaban entre el crujir de las hojas del otoño, el resto era silencio.  Un leve escalofrío, me recorrió por la nuca, porque en esa soledad parecían habitar mil fantasmas, mis fantasmas.  De pronto, alguien pegó un grito, un alarido grave y confuso.  Miré hacia el sonido y vi un chico, un hombre de unos 30 años, que corría desesperado hacia mí. 

 

— ¡Corré! ¡¡Vienen por nosotros!!!- me gritó desencajado.  Por un instante pensé en salir tras él, pero miré en la dirección de la que venía y no había nada ni nadie.

 

 

    ¿De qué estaba escapando? No sabía si correr o no.  Si confiar y meterme en esa locura, si correr atrás de un hombre, yo que era una mujer, y que me había pasado la vida escapando de ellos. La verdad me desconcertaba… o la verdad ¿me desconcertaba?  entonces recordé a mi psicóloga decirme que cualquiera que tuviera salud mental escaparía del vacío.  En este caso, yo permanecía en un vacío eterno, sola en la calle, sola en mi casa y siempre rellenando con capitalismo mi vida para creer que podía ser un poco más feliz, pero al final, entre las bolsas y los objetos sin sentido que acostumbraba coleccionar no encontraba nada.  Quizás algo de calma por un rato, un relleno al vacío, una respuesta para mi por qué existo.

 

      En medio de la plaza, a una hora y día complejos, quedé como detenida en esa línea del tiempo que llamamos presente.  Momento que existe y se esfuma, momento que se escapa en un suspiro, en una gota de agua que recién era húmeda y ahora está seca.   Quedé entre a un horizonte vacío y  un hombre que se escapaba, y yo, en ese instante eterno e inexistente.  Mi corazón empezó a zumbar, una hoja seca cayó justo delante de mí, un viento pasó por el costado y yo quedé como un prócer detenido en el tiempo, atrapado en una estatua. 

 

viernes, 22 de marzo de 2019

Hasta que la muerte nos separe



Hasta que la muerte nos separe

Te amé por interés. ¿Te amé?,  ¿O amé lo que me convertí al lado tuyo?  Podremos tener todo lo que queramos menos amor, todo menos pasión. ¿Te importa?

 Ella lo amó ¿Lo amó?  Mmmmm si… pero porque no le quedaba otra opción. Porque a ella también le convenía.

            Él la quería sólo por lo que tenía.  Y cuando estaba solo se saboreaba pensando: Ahora que te conseguí mi felicidad depende de tu sí, de tu fortuna, por supuesto, y de tú herencia macabra.  Y sin pensarlo más, hipotecó su vida por unos billetes.  Nunca aprendió el inglés pero se supo disfrazar de Lord.  Se creyó de máxima categoría, comió, se hospedó, viajó y compró en los mejores lugares.  Olvidó quien era, de dónde venía.  Creyó saber y tener más que otros desde su miserable punto de vista.  La ceguera lo capturó, el personaje lo poseyó y no hubo exorcismo que lo hiciera ver.  

           Con el tiempo no se dio cuenta de nada, su personaje creció, miraba a todos desde allá arriba.  Ella también tenía sus intereses, así que juntos eran una gran empresa mentirosa y a ellos eso no les importaba.   Para ellos de eso se trataba la felicidad. Felices los que eligen la mentira porque vivirán siempre en una realidad paralela.

         Un día la desgracia económica de nuestro inestable país los tocó con su varita, porque nada es para siempre, porque no siempre la suerte está de nuestro lado, porque la mentira tarde o temprano se termina, esa fue la primera vez en que se miraron a los ojos pero no vieron nada.  Un asco.  El vacío los invadió de tal manera que no supieron qué decir, qué hacer, qué pensar.  No sintieron nada, sólo un poco de tristeza al pensar que no sabían qué hacer con sus vidas y que sólo quedaba esperar que la muerte los separe.


Cuando éramos tres

                CUANDO ÉRAMOS TRES      Esa tarde de verano no se escuchaban las hojas...