jueves, 7 de enero de 2021

#unaNavidaddiferente


Recuerdo la última Navidad como mi primera Navidad diferente. Después vendrían muchas más. Todas las navidades siempre fueron mágicas para mí, pero ésta no. Acabábamos de perder a mamá. La magia había sido derrotada.
Mientras viajábamos por la autopista abrí la ventanilla, el viento rozaba mi cara con fuerza y los autos y el mundo parecían pasar en cámara lenta. En la radio pedían que nos cuidáramos, pero para mí eso ya no tenía sentido.
—¿Puedo cambiar, pá?
Entre el dolor agudo que nos invadía tratábamos de seguir adelante, yo por él y él por mí, como si nada hubiera pasado. Como todos los años salimos para la casa de Teresa, la prima segunda de papá. Como todos los años... sólo que faltaba alguien a nuestro lado. Ella siempre hacía vitel toné, el mejor, pero esta vez, papá compró un taper y un pollo al spiedo para llevar. Mientras miraba el cielo y las estrellas el viento secaba mis lagrimas silenciosas, no quería que papá se diera cuenta. Quería que estuviera contento. Pero él solo manejaba en silencio. Sonó el teléfono, era Teresa, que cambiaban de casa.
—Vayan a lo de papá, ¿Te acordás dónde queda?
Pero al llegar no había nadie, sólo el abuelo que nos dijo que se habían peleado toda la tarde entre los hermanos.
—Cambiaron de lugar otra vez, ¿no te llamó Teresa? Ahora lo van a pasar en lo de Esteban, vayan para allá. — dijo el abuelo. — A mí me cansaron, yo me quedo acá.
— ¿Dónde queda? Nunca fuimos a la casa de Esteban.
Era hermano del marido de Teresa y sólo lo veíamos en navidad. Éramos una familia desvinculada de la familia.
—Hacé dos cuadras, dos cuadras, sí. Doblá a la izquierda... O no, no... a la derecha, luego a la izquierda. Es una casa gris… de dos pisos…pero no estoy seguro.
Dimos vueltas por el barrio con el pollo, con el silencio, con la incertidumbre y las ausencias sin encontrar la casa en la que íbamos a pasar nuestra primera Navidad sin magia.
—¿Por qué no llamas a Teresa, pá?
—No, ya está. — dijo y se encaminó hacia la autopista y comenzamos a andar y andar. Papá no quitaba la vista de algún horizonte invisible. Yo miraba las estrellas, la luna llena, el cielo mientras el viento rozaba mi cara y, ya saben, me secaba las lágrimas. Manejó y manejó sin un rumbo exacto. Seguimos hasta que se acabó la autopista y llegamos al río. En la costanera había algunas personas. Algunos pescando, otros con sus mesas plegables y sus reposeras.
Nos acercamos al río, nos sentamos en una de esas mesas de cemento, abrimos el taper y comimos el pollo con la mano mirando las estrellas, el cielo y una luna llena de Navidad. Su luz dividía las aguas del río y formaba un camino blanco. En silencio los dos, decidimos perdernos en ese horizonte, entre el cielo, las estrellas, la noche y la magia.

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho tu estilo!
    Si no te ofendés voy a seguirte.
    Te invito a visitar mi blog o mi pagina de Facebook: Algo para contar

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