lunes, 25 de enero de 2021

Un instante de eternidad #MiMejorMaestro

 


    Mi escuela secundaria tenía escaleras muy altas y largas, como si pretendiera dejar afuera a los que no supieran escalarlas.   A pesar de haberme sentido una estúpida toda la adolescencia, había logrado llegar a 5to año.  Mi materia preferida era Lengua y literatura.  Cuando él aparecía los lunes a las 8 a.m. la vida cobraba sentido y ya no importaba si era una estúpida o no, ni lo que pensaban mis compañeros, ni nada.  Mi profe, Julián, mi amor desde primer año, entraba por esa puerta para detener mi mundo.

    ¿Cómo pude nacer tan tarde? ¿Cómo el destino podía ser tan cruel? Él tenía 34 y yo 17.    Era un poco petiso, con anteojos grandes y anticuados, una pelada incipiente y una pancita discreta que sin querer empujaba algún botón de su camisa siempre arremangada.  Solía  mirarlo perdida entre sus palabras y sus cuentos.  Cuando lo escuchaba leer era la música del viento en una tarde de verano mientras yo dibujaba corazones y nuestras iniciales en la carpeta.  Mi amor por la lectura y la escritura nacieron con él.  Empecé a leer como endemoniada para recuperar nuestro tiempo perdido.  Comencé a escribir cuentos para poder ir con alguna excusa a hablar con él.  Siempre se reía, jaja, yo me quedaba sin palabras y volvía a mi asiento a copiar o leer o escribir.  A veces, me miraba desde su escritorio, jaja, y nada era todo para mí.   Entonces sucedía la magia  y entre nuestras miradas se formaba un túnel que nos unía en un camino eterno de verbos y adjetivos como: " Te amo, lindo. ¿Me amas?", y para mí él escuchaba mis susurros invisibles.  Mi amor crecía sin cadenas, pero ya el dolor de lo imposible comenzaba a ser una tortura.


    Necesitaba hacer algo, ponerle un fin o un comienzo a esta historia.  Entonces me animé y cuando entrábamos al aula le dejé un papel doblado en el escritorio, decía:  Profe: Te invito este viernes a un café literario en el bar El molino.  Cuando llegué hasta mi banco y desde allí vi el papel me arrepentí.  Me sentí estúpida otra vez, quise volver a sacarlo, pero ya era tarde.  Entró, dijo Buenos días y lo primero que vio fue el papel. Cuando levantó la vista luego de leerlo sentí que mi panza me atravesaba las entrañas y salía por la espalda.  Si decía algo todos iban a saber que había sido yo.  Todos sabían que me gustaba menos él.  Pero no dijo nada.  Leyó unas poesías de Oliverio Girondo y bailamos entre sus frases y quedó resonando en mí una que decía “nada ansío de nada mientras dure el instante de eternidad que es todo” y pensé que Oliverio podría llamarse nuestro hijo y que yo sólo quería eso, un instante de eternidad, hasta que  sonó el timbre, me sacó de mi nube de gases y todos salieron en una estampida al recreo.  Me quedé mirando mi carpeta como si leyera algo.  Quedamos solos.  Mi corazón latía tan fuerte que pensé que hasta él podría escucharlo.   Entonces dijo ejemm.  Y lo miré.  

ー¿Vos me dejaste este papel?

 ¿Cómo lo supo?, pensé,  se suponía que iba a ser una cita casi a ciegas.

ーEhh… si.

ーBueno, quería decirte que no sé si debería ir aunque es una buena idea, jaja.

¡¡¡Bien!!!, había una esperanza.  “Quizás, quizás, quizás” como dice la canción me fui cantando y comencé a tachar los días hasta que llegó nuestro viernes corazón.


    Cambié mil veces de ropa hasta que encontré algo que me hiciera sentir cómoda.  Salí para el café, iban a leer varios cuentos y poesías pero lo más importante para mi era el uno por ciento de probabilidades que tenía de que Julián viniera.  Llegué temprano, ni los que organizaban estaban todavía.  El lugar era un bar tradicional de escritores que quedaba en el centro.  Olía a café Colombiano, tenía luces tenues y de fondo sonaba jazz.  Comenzaron a leer entre tragos, aunque no todos de café, pero Julian no llegaba.  Yo estaba sola en una mesa con un jugo exprimido de naranja mirando el ventanal a cada minuto sin poder escuchar ni una palabra de lo que se leía..

Cuando ya las esperanzas se desvanecian apareció entre la gente como una luz mí Julián.  

ーHola, jaja. ¿Cómo estas? 

Sin palabras, mi cerebro estaba bloqueado hasta que pude apenas saludarlo.  Verlo fuera de la escuela lo hacía como más grande  y yo me sentía más chica.  La ronda de cuentos y poesías se fue acabando y quedamos en silencio. En un bar. En una ciudad.  Él y yo, como siempre lo había soñado.  Hablamos de libros, le conté todos los que había leído.  Después él pidió una cerveza y yo tomé unos tragos para hacerme la más grande.  Pero era la primera vez que tomaba y no tardó en subirse a la cabeza.  El alcohol logró  sacarme todas las corazas y pronto empezamos a reírnos.  La música estaba fuerte y nosotros cada vez más cerca para poder escucharnos hasta que la cercanía fue cruzando los límites espaciales de cada uno.  Nuestras bocas ya estaban demasiado cerca. Lo miré y miré su boca.  Él me miraba quieto, con una sonrisa pero sin traspasar sus límites. Y no me dijo nada, sólo me sonreía, y no me dio un beso ni yo me animé a acercarme más. Creo que él también hubiera querido besarme pero no lo hizo. Y quise con toda mi alma que fuera otro final pero él ya sabía todo y prefirió dejarme volar, eligió ser un hombre, eligió ser mi profesor.


jueves, 7 de enero de 2021

#unaNavidaddiferente


Recuerdo la última Navidad como mi primera Navidad diferente. Después vendrían muchas más. Todas las navidades siempre fueron mágicas para mí, pero ésta no. Acabábamos de perder a mamá. La magia había sido derrotada.
Mientras viajábamos por la autopista abrí la ventanilla, el viento rozaba mi cara con fuerza y los autos y el mundo parecían pasar en cámara lenta. En la radio pedían que nos cuidáramos, pero para mí eso ya no tenía sentido.
—¿Puedo cambiar, pá?
Entre el dolor agudo que nos invadía tratábamos de seguir adelante, yo por él y él por mí, como si nada hubiera pasado. Como todos los años salimos para la casa de Teresa, la prima segunda de papá. Como todos los años... sólo que faltaba alguien a nuestro lado. Ella siempre hacía vitel toné, el mejor, pero esta vez, papá compró un taper y un pollo al spiedo para llevar. Mientras miraba el cielo y las estrellas el viento secaba mis lagrimas silenciosas, no quería que papá se diera cuenta. Quería que estuviera contento. Pero él solo manejaba en silencio. Sonó el teléfono, era Teresa, que cambiaban de casa.
—Vayan a lo de papá, ¿Te acordás dónde queda?
Pero al llegar no había nadie, sólo el abuelo que nos dijo que se habían peleado toda la tarde entre los hermanos.
—Cambiaron de lugar otra vez, ¿no te llamó Teresa? Ahora lo van a pasar en lo de Esteban, vayan para allá. — dijo el abuelo. — A mí me cansaron, yo me quedo acá.
— ¿Dónde queda? Nunca fuimos a la casa de Esteban.
Era hermano del marido de Teresa y sólo lo veíamos en navidad. Éramos una familia desvinculada de la familia.
—Hacé dos cuadras, dos cuadras, sí. Doblá a la izquierda... O no, no... a la derecha, luego a la izquierda. Es una casa gris… de dos pisos…pero no estoy seguro.
Dimos vueltas por el barrio con el pollo, con el silencio, con la incertidumbre y las ausencias sin encontrar la casa en la que íbamos a pasar nuestra primera Navidad sin magia.
—¿Por qué no llamas a Teresa, pá?
—No, ya está. — dijo y se encaminó hacia la autopista y comenzamos a andar y andar. Papá no quitaba la vista de algún horizonte invisible. Yo miraba las estrellas, la luna llena, el cielo mientras el viento rozaba mi cara y, ya saben, me secaba las lágrimas. Manejó y manejó sin un rumbo exacto. Seguimos hasta que se acabó la autopista y llegamos al río. En la costanera había algunas personas. Algunos pescando, otros con sus mesas plegables y sus reposeras.
Nos acercamos al río, nos sentamos en una de esas mesas de cemento, abrimos el taper y comimos el pollo con la mano mirando las estrellas, el cielo y una luna llena de Navidad. Su luz dividía las aguas del río y formaba un camino blanco. En silencio los dos, decidimos perdernos en ese horizonte, entre el cielo, las estrellas, la noche y la magia.

Cuando éramos tres

                CUANDO ÉRAMOS TRES      Esa tarde de verano no se escuchaban las hojas...