Nuestros amos también son esclavos
La pantalla era enorme, tanto que
ocupaba toda la pared de la habitación, por ella se proyectaban las 24 horas
todo tipo de programación y para todos los gustos. La pantalla era tan grande que se hacía
difícil no mirarla, casi imposible escapar de ella.
La pantalla estaba en todas las
habitaciones y a su vez todos tenían una
tamaño bolsillo. Todo, todo se podía
hacer con ellas o a través de ellas.
Todos los deseos eran saciados.
Nadie se dormía sin antes contemplar
su pantalla. Creíamos que podíamos controlarlo todo a través de ellas pero la
verdad es que ellas lo estaban haciendo por nosotros. Ellas y los que estaban detrás de ellas, como
si fuera una droga, una forma de control a la inversa. Nos daban el poder, cada uno podía elegir qué
ver o qué hacer con ellas pero la verdad era otra. La verdad era esa que nadie quería aceptar.
Cada vez había más silencio, la
gente ya no se hablaba, ni se miraban.
Todos empezamos a perdernos sin saberlo. Nadie decidía solo, porque lo que decidían
tenía relación directa con lo que habían visto en sus pantallas. Nos creíamos libres, felices, amados, pero
estábamos cada vez más solos.
Nos volvimos esclavos sin
saberlo, nos creíamos los amos pero la verdad es que no había nada, nos convertimos
en los amos de la virtualidad. Perdimos
el control, parecíamos tan comunicados pero no, nada de eso, sólo
apariencias. Todos veíamos el final,
todos veíamos la realidad, pero preferíamos seguir mirando la pantalla,
creyendo la mentira, otros quizás ni se daban cuenta, caían en las redes, ya
estaban poseídos. Y estaban los otros,
los que jugaban detrás de las pantallas, los que jugaban con nosotros, me los
imagino riendo como villanos a carcajadas, tirando billetes al aire, oliéndolos
y volviendo a reír, tan solos y esclavos como nosotros.
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