viernes, 22 de marzo de 2019

Antonia, otra forma de amar



Antonia, otra forma de amar

“Estas son las mañanitas que cantaba el rey David y hoy por ser tu cumpleaños te las cantamos a ti..." Ésta es la canción con la que  me despertaba mi abuela el día de mi cumpleaños, con su voz dulce, una mañana de verano.    Más tarde me llevaba a tomar un helado, un cucurucho bien grande, y en tremenda sencillez se pasaron esos cumpleaños de la niña que fui.  La dulzura extrema y la esencia del amor guardaban en ella su vida entera.  

Hay muchas abuelas, la mía era de las que cocinaba como chef profesional, hasta su gelatina era  un plato de gourmet.  Para llegar a su casa recorría más kilómetros que Caperucita, pero  al llegar, un caminito de lajas, una higuera, un ciruelo torcido y ella, al final  del camino con su sonrisa y sus ojitos de cielo, sus millones de arrugas, sus manos tibias, me esperaban.  Siempre me esperaba, como si supiera todo, y lo sabía, obvio.

         En un rincón de su casa descubrí los primeros libros que leí y allí también fue la primera vez que escribí sin razón, sólo porque lo necesitaba.  Quizás a ella también le gustaban las historias.   Le encantaba contarme un cuento en el que unos animales viejos luchaban por su lugar y unidos eran más fuertes.  También me contó millones de veces las mismas historias  y yo la escuchaba siempre como si fuera la primera vez que lo hacía.

Con sus historias, me llevó de viaje con ella en el barco que la trajo de España, recorrí Palermo en una carreta con un caballo embravecido porque era domingo y él sabía que no le tocaba trabajar, escapé con ella y su hermana de un cerdo loco que nos corría, la vi ayudar al abuelito a construir su casa y luchar con él frente a la enfermedad, me sentí tan triste como ella por tantas pérdidas injustas, y hoy daría cualquier cosa por  volver a escucharla mil veces más.  Existen muchas abuelas, muchos amores y muchas formas de amar, existen muchas historias, las más lindas no se pierden, se vuelven y se vuelven a contar.

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