miércoles, 30 de enero de 2019

En viaje


En viaje

Viajaron por tierra y por mar.  En sus bicicletas recorrieron kilómetros de infancia sin conocerse, sin imaginarse.  Lucharon con sus escudos de juguete contra las cachetadas de la vida. Viajaron entre ideas y sueños.  Sus mentes viajaron sin permiso. Y en este viaje sin fin, sin querer se  encontraron.

                Ella, en lo profundo de sus ojos extraños  descubrió sus fortalezas.   Detrás de mil corazas, él sabía que encontraría una piedra sin pulir.  Por eso,  perdidos en el espanto de una ciudad macabra se pudieron ver.

                Les gustaba viajar en colectivos mágicos, en los que parecía que sólo estaban ellos.  Él sabía cómo sacarle mil sonrisas y ella supo darle la confianza que él necesitaba.

                Su unión hizo la fuerza, volaron más alto que los gigantes porque sus pies no habían sido hechos para dar pasos pequeños.  Juntos se animaron a ser más libres, a elegir quiénes querían ser.   Juntos formaron un todo.

     Remó con ella las olas más altas y no tuvo miedo de seguir a su lado.  Atravesaron el tsunami y lo  surfearon.  El plan fue recorrer los caminos tomados de la mano, hacerle frente a todo con esos mismos escudos de juguete que los ayudaron a ser quienes eran.  Hay vidas en las que llueve más seguido, ese fue siempre el pronóstico de las suyas.  Pero aún sin paraguas hicieron de éste,  el lugar de sus sueños.  Ahí estuvo la clave, el secreto, y fue que no existieron tormentas, tornados o huracanes que pudieran asustarlos.



Sr. Parkinson





La mosca en la sopa

  Sr. Parkinson llegó a casa cuando menos lo esperaba. Lo dejé pasar, no tenía opción.  Jamás pensé que sería tan descortés.
  Se quedó con todo, nos dejó entumecidos, a mí, que lo padecía, a ella, que no hacía más que ver como  todo se nos escapaba de las manos.  No tuvieron piedad, ni el señor, ni el tiempo.  Como una topadora arrasó con todo. Con todos.
Caminar se convirtió en algo en qué pensar, levantar un pie, flexionar la rodilla, mover la pierna.  Ahora la otra.  Después siguió con los dedos, agarrar el tenedor, un billete, escribir se convirtieron en nuevos desafíos.  Todo se volvió engorroso, la vida cotidiana se parecía a una montaña eterna. Ponerse las medias, lavarse los dientes, subir al auto.  Las cosas que hacemos sin pensar para mí eran laberintos infinitos.  Llegué a tardar 15 minutos en cruzar una habitación para llegar al baño y a veces no llegaba.   
Mi  lengua se puso cada vez más pesada, comer y hablar se volvieron un privilegio de otros.  Con el tiempo la comida comenzó a estar licuada.  Sólo tenía que tragarla, tarea que puede parecer sencilla pero no para mí.  Una señora me la daba en la boca.  Ni me hablaba, siempre parecía  apurada, me daba todo rápido para irse.  El problema es que yo tardaba demasiado.  Mis licuados se enfriaban, las señoras se ponían impacientes  y yo… miraba la mosca que estaba en la sopa.  La miraba a ella.
-Ha ua mo-a.- No me escucha, no me entiende.  Me la da y la trago.
-¡Chau!,  hasta mañana.
No me dio el postre.  Ya eran las nueve.
           Las noches se hacían muy largas.  Me despertaba todo el tiempo y no me podía mover.  La frazada me aplastaba los pies. Los mosquitos me acechaban y yo no me podía rascar.  (Creo que estos insectos ya saben de mí.  Tengo hambre).
Sólo me quedaba la mirada y todo eso que pensaba, quería y sentía pero no podía decir ni hacer.  Él mundo se volvió muy veloz y fueron pocos los que no bajaron la mirada.  Mi cuerpo me tomó prisionero.  
Así fue el Sr. Parkinson conmigo.

Pareceres en el camino


              
      Este libro esta formado por relatos que se publicaron en el semanario “El Camino de Tapalqué” durante el 2018.

Tomaron vida sin permiso y  se hicieron un espacio entre diversas noticias en la búsqueda de un  reencuentro con nuestros pensamientos más  internos y la reflexión de nuestras relaciones con los otros.  Es un honor para mí que alguien se tome dos minutos para leerlos, pensarlos, sentirlos.




Atrapados


Miro un cielo lleno de nubes, la tormenta pasó pero ellas siguen todavía dando vueltas por su mundo.   Mientras busco identificar sus formas, veo como  se va creando un agujero, como un ojo.   Todas son blancas pero en el medio me transporto por un túnel que me lleva hasta el celeste infinito.   Me imagino saliendo por ahí, subiendo, entrando por él para llegar al cielo, para subir, y subir, y subir cada vez más hasta salir…hasta…¿Hasta dónde?, ¿Hasta la estratosfera? pero me doy cuenta que en realidad todo termina en el cielo, que en realidad no hay un más allá, que está, pero no está. Que aunque quiera salir, escapar, apenas puedo alejarme unos metros del suelo para volver a él y a su eterna gravedad.
Estamos atrapados en este planeta.  Nuestros pies no pueden despegarse.  Mis ojos no ven más allá.  El infinito es imposible de imaginar para mi pequeño ser.  La libertad termina en esta esfera. Me siento atrapada, presa de mi propio mundo.  Consciente de que puedo viajar a donde quiera pero siempre atrapada en mi planeta.  Nadie puede elegir irse de verdad.
Me gustaría conocer el lado oscuro de la luna, subir a un satélite para vernos desde arriba.  Haría una parada en todos los planetas para saber que puedo volver al mío y disfrutarlo cómo se merece.   Atravesar la galaxia,  comprender el infinito, saberme vulnerable frente a tanta inmensidad.  Pienso en todo lo que no conocemos, en todo lo que no somos capaces de entender, en lo que ni siquiera podemos imaginar.  ¿Cómo comprender el infinito? ¿Hay infinito? ¿Dónde termina mi mundo? ¿Somos los dueños de toda esta inmensidad? ¿O somos ratones de laboratorio?  ¿Tenemos todas las respuestas?




Próximamente iré subiendo más relatos que forman este libro.





Cuando éramos tres

                CUANDO ÉRAMOS TRES      Esa tarde de verano no se escuchaban las hojas...