Cuento de Navidad
Todos los años se juntaban con la
prima de su papá, Susana, y toda su familia.
Pero para Julia esa Navidad sería
diferente porque era la primera que iba a pasar sin su mamá. Ese año había aprendido que ahora eran sólo
ellos dos, su papá y ella.
Salieron con un pollo al spiedo en un taper
que su papá había comprado para la ocasión, igual que al pollo, rumbo a
Olivos. Este año por primera vez también
habían cambiado de casa, festejarían en la casa de Dante, el padre de Susana,
pero oh sorpresa, al llegar allí habían cambiado otra vez de locación. Dante, de 89 años, trató de explicar más o
menos donde quedaba la otra casa pero sin una dirección clara. Nadie se había acordado de ellos, nadie les
había avisado del cambio, nadie había dejado, aunque sea, escrita en un papel
la nueva dirección, nunca entendieron que pasó, nunca volvieron a
preguntárselo.
El padre subió al auto con una sonrisa
dibujada, las cosas no estaban saliendo como
esperaba, cómo explicarle a su hija de 10 años que la Navidad comenzaba
a desgranarse sobre sus propias ruinas.
Comenzó a dar vueltas por Olivos,
sin encontrar rastros de la nueva casa.
Luego de un rato Julia le propuso dejar de buscar. Su papá manejó sin rumbo hasta que se
terminó literalmente la ciudad. Llegó al
río, al Río de la Plata, único lugar de la ciudad en el que se podía ver el horizonte. Mientras buscan donde parar, notaron que no
eran los únicos, había algunas parejas y familias que también festejaban
ahí. Abrieron el taper y comieron el
pollo con la mano mirando la luna llena más hermosa que se hubiera visto una Navidad, su luz dividía las aguas
del río y formaba un camino blanco. En
silencio los dos, entendieron que era mejor perderse en ese horizonte,
transitar el camino, encontrarse y reconocer que a pesar de haber sentido el
abandono, no estaban solos, que a pesar de no tener una mesa llena, ellos
podían reinventarse y hacer de su navidad un festejo único, mirarse a los ojos
y sonreír de verdad.