CUANDO ÉRAMOS TRES
Esa tarde de verano no se escuchaban las hojas crujir a mi paso, ni se veían los árboles con sus hojas amarillas, ni siquiera conocía aún el olor a flores marchitas que tiene el mes de mayo.
Esa tarde de verano las sonrisas aún eran gratis y los helados mucho más dulces de lo que son ahora. Solíamos ir a una heladería en la que hacían copas heladas, siempre pedíamos una que parecía un barco. Tenía una banana en el medio y helado a los costados y algunas banderitas que siempre me llevaba para jugar. Luego, llegábamos a la “casita” así la llamábamos, y jugábamos a algún juego de mesa a la luz de una vela.
Esa tarde papá nos sacó una foto. Tomadas de la mano miramos el lente para siempre. El cielo estaba sereno, algún pájaro cantaba y el mar seguía yendo y viniendo como cada verano. El mar siguió así, la gente también. Aunque para nosotros no volvió el verano. Recuerdo su mano fría, su mirada perdida, sus uñas comidas y sus besos ruidosos. Pero ya no recuerdo su voz. Hago fuerza pero se desvaneció en el tiempo.
Esa tarde no sabíamos lo que se traía entre manos el maldito mes de mayo. Y aunque aún era verano los meses pasarían rápido y desapercibidos. Es que recién después del desastre uno vuelve la mirada y se da cuenta del último beso, de la última mirada, de nuestra última foto.
Las tardes de mayo fueron las más largas de mi infancia, ni hablar de las mañanas, que eran tan frías con su ausencia y las noches... bueno, las noches son la esperanza eterna de volverla a ver y a oírla aunque sea en un sueño.
Las tardes de mayo tienen ese sabor amargo que deja el vacío cuando el mundo se detiene. Mirando un punto fijo sin tiempo. Ya no soy yo, pensé, sentí. Cerré los ojos y una lágrima cayó en el silencio sobre una agenda en la que todos los días escribía lo que hacía.
-¿Qué escribo hoy, papá?- Él, mi héroe eterno, me miró.
-Poné que mamá se fue y que ahora nos cuida desde el cielo.- dijo, calculo que con un nudo en la garganta, y por fin la realidad se terminó de estrellar contra mi alma.
Ahora que éramos dos, las tardes de mayo hacíamos más silencio que de costumbre. En las tardes tan largas tratábamos de perdernos juntos. Papá cocinaba y yo secaba los platos.
Lavábamos ropa una vez por semana y no sé por qué, pero todos los domingos le llevábamosflores, tres crisantemos y seis claveles, esas flores que nunca se marchitaban, excepto en el
maldito mes de mayo.